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LA REVOLUCIÓN OZEMPIC

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En los últimos meses parece que todo el mundo habla de inyecciones para perder peso. Que si Ozempic, que si Wegovy, que si Mounjaro... nombres que hasta hace poco sólo escuchaban los médicos y que ahora están por todas partes, desde redes sociales hasta conversaciones en la peluquería. Y es que sí, estos fármacos funcionan. Ayudan a perder peso, y en muchos casos, bastante. Pero como ocurre con casi todo lo que promete resultados rápidos, hay letra pequeña. Y conviene leerla bien.


Estos medicamentos —como la semaglutida o la tirzepatida— están diseñados para tratar la obesidad y la diabetes tipo 2. Funcionan imitando una hormona del intestino llamada GLP-1 que regula el apetito, ralentiza la digestión y mejora los niveles de glucosa en sangre (Wilding et al., 2021; Jastreboff et al., 2022). En los estudios clínicos han conseguido que personas con obesidad pierdan hasta un 15 o 20% de su peso corporal, que no es poca cosa.


El problema es que muchas personas han empezado a utilizarlas fuera de ese contexto médico. No porque tengan una indicación clínica, sino porque quieren adelgazar unos kilos antes del verano, para una boda o simplemente por presión estética. Lo compran por internet, se lo recomienda alguien en Instagram, o incluso lo consiguen sin receta. Y aquí es donde todo se complica:


  1. Lo primero es que no están exentos de efectos secundarios. Los más comunes incluyen náuseas, vómitos, diarrea, estreñimiento o malestar estomacal, cosas que pueden parecer leves pero que afectan al día a día de muchas personas (Wilding et al., 2021). También hay casos documentados de pancreatitis, problemas en la vesícula, y en personas con diabetes mal controlada, un empeoramiento de la retinopatía (Wang et al., 2023; Marso et al., 2016; Blüher et al., 2021). Todo esto sin contar el impacto psicológico de depender de una inyección para controlar lo que comes.


  2. Pero si hay algo que preocupa especialmente, es que una parte importante del peso que se pierde no es grasa, sino músculo. Y esto la gente no lo suele saber. En estudios recientes se ha visto que hasta un 30–40% del peso perdido con estos medicamentos proviene de masa magra, es decir, de músculo (Heymsfield & Wadden, 2023). Esto no solo afecta a la fuerza o a la apariencia física. También hace que tu metabolismo se vuelva más lento, que quemes menos calorías en reposo, y que cuando dejes la medicación, recuperar el peso sea mucho más fácil... y más difícil de volver a perder (Rubino et al., 2022).


  3. Porque sí, cuando se dejan las inyecciones, el apetito vuelve. Y si durante el tratamiento no has hecho cambios en tus hábitos —no has aprendido a comer mejor, ni a moverte más, ni a gestionar la ansiedad o la relación con la comida— lo más probable es que recuperes el peso perdido. Pero esta vez, con menos músculo y más grasa. Y eso no es solo un rebote estético: es un retroceso metabólico.


Entonces, ¿sirven o no sirven? Sí, claro que sirven.

No son una solución mágica ni para todo el mundo. En personas con obesidad o con enfermedades asociadas, con prescripción médica y dentro de un enfoque integral, pueden ser una herramienta muy útil. Pero usarlas por estética, sin control, sin nutricionista, sin entrenar fuerza y sin un plan a largo plazo… es un riesgo.


La salud no se mide en kilos, ni se soluciona con atajos. Si quieres perder peso, que sea desde el cuidado, desde el compromiso, y no desde la prisa o la comparación. Y si estás considerando usar estas inyecciones, infórmate bien, consulta con un profesional y, sobre todo, no pongas en juego tu salud a cambio de un resultado rápido.


 
 
 

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